lunes, octubre 11, 2004
"Te acompaño hasta tu casa", le dijo él después de la charla en aquel bar. Y ella respondió: "No, dejá. Yo espero a que venga tu colectivo y después camino la cuadra que me queda, sola. No te preocupes".
Llegaron a la parada del 151. Él se paró en la calle a esperar y ella se quedó al filo del cordón de la vereda, con sus manos en los bolsillos del saco y los hombros elevados por el frío.
Se miraron un largo rato, en silencio. Hasta que finalmente él le dijo: "Gracias" y la abrazó.
Ella se refugió en su cuerpo y lo abrazó también. Sintió cómo el mismo perfume de siempre le rasgaba el alma. Y entonces él la observó y, sosteniéndola todavía, le dijo: "Me muero de ganas de darte un beso".
Ella le respondió que no. Que era mejor dejar las cosas así como estaban, pero él le insistía y ella ya no resistía esa mirada, ese perfume, ni la tentación de volver a probar aquella boca. Una vez. Solamente una vez más.
"Ahí viene tu colectivo!", le gritó. "No me importa, espero el próximo", fue lo último que él pronunció antes de besarla.
Y pasaron dos 151 más. Y un tercero. Y él le dijo: "Por favor, venite conmigo. O vamos a tu casa... no sé. Pero pasemos la noche juntos... por favor".
Ella lo miró y luego vio por el costado de su ojo izquierdo que venía el cuarto 151. Automáticamente extendió su brazo derecho. El colectivo frenó y abrió su puerta delantera.
"Andá".
En silencio, él se subió, sin dejar de mirarla un sólo segundo, hasta que el 151 se perdió por la avenida y ya no pudieron sostener más sus miradas.
Nunca más volvieron a verse ni a hablarse. El 151 se había llevado por siempre la agonía de ese amor. Y cada vez que ella volvía a pasar por aquella parada, sonreía recordando ese último y mágico rapto de pasión.
Posteado por ~Naty~ a las 2:00 p. m.
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